La política dominicana y las caras nuevas
En los últimos años la opinión pública ha incluido, de manera intensa, en el debate nacional, la necesidad de que la política dominicana muestre nuevas figuras. Algunos discursos manejan la proposición de que una nueva generación asuma las principales posiciones. Se habla, constantemente, de un relevo generacional bajo el simbólico “pase de antorcha”.
Lo cierto es que desde que, figuras como: el Dr. Leonel Fernández, el Lic. Danilo Medina, el Ing. Hipólito Mejía, el Ing. Juan Temístocles Montás, el Dr. Reinaldo Pared, el Ing. Miguel Vargas, entre otros, comenzaron a colocarse en las primeras filas de la política nacional han transcurrido 22 años. A partir del pase de antorcha por parte del Prof. Juan Bosch y el Dr. Joaquín Balaguer al nuevo liderazgo que, encabezaría entonces, el primer gobierno del Partido de la Liberación Dominicana.
El tiempo de una generación es de 25 años. O sea, cuando transcurre ese lapso, hablamos de otra generación.
Por tanto, estamos frente a un proceso natural que todos los actores deben asumir. Los aspirantes a seguir, quienes aspiran a ascender y la población en sentido general.
De ahí que sea propicia la siguiente pregunta: ¿está la República Dominicana preparada para una nueva generación política?Sin lugar a dudas que si. Aunque los retos que tiene esa nueva generación son mayores que sus oportunidades.
Sobre los retos y las oportunidades
En primer lugar, no debe hacerse de las posiciones alegando la vejez de las principales figuras que pululan en la actualidad. Muchos jóvenes han albergado la idea de que, simplemente por el tiempo que tienen los políticos de hoy en sus espacios, les toca sustituirlos y deben ubicarse, entonces, “donde el capitán los vea”. Otros entienden que, por su vínculo familiar, son los herederos obligados de esos escenarios (salvo excepciones).
Nada más equivocado. Sólo el trabajo profesional, social y político hace a las personas merecedoras de los espacios de toma de decisiones.
Por otro lado, la nueva generación, no debe construir una trayectoria sino sobre la base de propuestas y de la participación en una causa ponderada como justa y noble para el país. Tampoco debe hacerse un perfil enteramente mediático, o sea, que sólo pueda apreciarse por los medios tradicionales o las redes sociales. Debe haber un trabajo de campo real, que sea su referente inmediato como individuo y político.
Por último, por encima de todo lo antes dicho, se encuentra la formación. Es decir, prepararse profesional e intelectualmente en el estudio de las cosas. En materias como: historia, geografía, sociología, economía, política, derecho, entre otras, que influyen de manera importante en el devenir de una sociedad.
En fin, no se puede desdeñar a la generación que inicia su etapa de conclusión. Pues, a decir verdad, la política dominicana ha contado, en la mayoría del tiempo de esa generación, con los más preparados para asumir sus posiciones. Así que las caras nuevas en ascenso deben superar y mejorar a los que pretenden relevar.
Seguramente, la primera oportunidad que se puede argüir que tienen los políticos en crecimiento es la provista por las Tecnologías de la Información y la Comunicación (Tics). Debido a que pueden presentar sus ideas, propuestas y actividades al escrutinio público, de forma más rápida y alcanzando a mayor número de personas, a través de los aparatos inteligentes y las redes sociales. Pero, en atención a la profesionalización, al trabajo social y político, y al compromiso con sus comunidades y partidos. Pues han sido esas mismas herramientas que han empoderado a la sociedad, haciéndola más participativa, hasta juzgar duramente a los políticos de la generación que buscan sustituir.
El juicio inclemente de la historia
Los principales políticos de los últimos 20 años atraviesan por el inicio del llamado juicio inclemente de la historia. La población ha tenido tiempo suficiente para conocerlos y ponderar sus actuaciones.
Día tras día, temas como: la corrupción, la impunidad, la inflación, la inseguridad ciudadana, la indiferencia ante las necesidades más perentorias del pueblo, la falta de honrar la palabra empeñada, la ruptura descarada de los acuerdos, el abuso de poder, el clientelismo y el ajuste a los intereses, personales y partidarios, de asuntos tan importantes como la ley de partidos políticos, suponen una fatiga, indignación y cansancio creciente por parte de la sociedad dominicana. Por consiguiente, el tiempo que le reste a la generación en ejercicio debe ser aprovechado para continuar las obras que se han logrado, y, en consenso, reivindicar todos estos tópicos en aras de levantar la esperanza nacional. La misma que surgió en el año 1996 bajo la consigna de: “el nuevo camino”.
De la generación en ascenso hay muchos jóvenes que van cumpliendo sus etapas y procesos. Se preparan para el momento esperado. Otros desde ya han asumido posiciones con aparente responsabilidad y transparencia. Al gobierno central, al congreso y las alcaldías han llegado caras nuevas preñadas de talentos y deseos de servir.
Si bien es cierto que hoy las exigencias son mayores, no menos cierto es que hay más mecanismos y posibilidades para construir una trayectoria de realizaciones y logros.
La generación que habrá de concluir, a pesar de sus obras materiales y éxitos, deja tareas que requieren de ingentes esfuerzos por parte de los nuevos actores para reponer la unidad e identidad nacional, la autodeterminación y la paz social.
Finalmente, en la transición a la democracia en España, tras la caída del régimen dictatorial del generalísimo Francisco Franco Bahamonde, saltó a la presidencia una figura, para entonces novedosa en la política española, que fue el destacado abogado y político, Adolfo Suárez.
En consecuencia, oportunas son unas palabras del ex presidente español que rezan lo siguiente: “No hay que derribar lo construido ni hay que levantar un edificio paralelo. Hay que aprovechar lo que tiene de sólido, pero hay que rectificar lo que el paso del tiempo y el relevo de generaciones haya dejado anticuado”.
El pueblo y la historia siempre se encargan de juzgar a las partes y los acontecimientos.
Muy optimista y esperanzador