La política y sus enemigos

“Yo soy enemigo personal de los Vincho. Mis únicos enemigos en el país son los Vincho…”. Así se expresó un ex presidente de la República Dominicana, refiriéndose al Dr. Marino Vinicio Castillo (Vincho) y, a través de él, a dos de sus hijos.

Probablemente, las razones de tal enemistad son políticas y no personales, por el simple hecho de tratarse de dos políticos connotados. Y, por la contundencia de ese comentario, aparenta ser una situación irreversible.

Sin embargo, más allá de lo insalvable del caso y de las interioridades que pueden haber detrás de esas palabras, a su autor nunca se le ha reconocido un sano juicio. Aun así, se ha destacado por la franqueza de sus pronunciamientos y su forma directa de decir las cosas, exactamente, como le vienen a la cabeza.

De alguna manera, eso encontraría valor en las personas que procuramos, al margen de cualquier vinculación con la política, hablar de frente, con franqueza y sin hipocresías ante tantas situaciones que, la propia política, les impone a sus actores.

De las virtudes y los intereses

Se le atribuye al ilustre poeta español, Antonio Machado, haber sostenido lo siguiente: “Hay dos clases de hombres: los que viven hablando de las virtudes y los que se limitan a tenerlas”.

 

A esas palabras, cargadas de sabiduría, solo le agregaríamos que, existen también quienes se dedican a negociar con las virtudes y quienes procuran su destrucción.

La primera clase de estos hombres está compuesta, la mayoría de las veces, por personas pretenciosas que sienten fascinación al inflar su ego con palabras que, ellos mismos, en su interior, reconocen infundadas. Las mismas, no constituyen otra cosa que, la manifestación de su propia desfachatez, o, un rasgo inequívoco de la estupidez humana.

Es ahí, seguramente, donde encuentra sentido, la famosa frase que dice: “Dime de qué presumes y te diré de qué careces”; o, en lo que Albert Einstein, se inspiró para sentenciar lo siguiente: “Hay dos cosas que son infinitas: el universo y la estupidez humana; y yo no estoy seguro sobre el universo”.

Además, en esa primera clase, entran quienes, caracterizados por el ocio y la vagancia, no desempeñan ninguna otra función en sus vidas que hablar con ligereza sobre los hombres que, verdaderamente, poseen las virtudes que ellos desearían contar en su haber.

En segundo lugar, el anexo que hemos hecho a la frase del extinto Machado versa sobre quienes han pretendido usar las virtudes como herramienta para simular y crear perfiles falsos, a los fines de hacer negociaciones políticas y alzarse con posiciones que permitirían el lucro, muchas veces, ilícito. Ahí, se encuentra propicia la frase que reza: “Donde Dios no puso, no puede haber”.

Asimismo, los que procuran la destrucción de las virtudes y sus poseedores, lo hacen con el propósito específico de poner en desuso las virtudes, por ejemplo: la honestidad. Debido que, en la medida que disminuyen los honestos más encubiertas quedan las ruines acciones que, muchas veces, caracterizan a estos personajes. En consecuencia, su intención fundamental es ridiculizar hasta dañar, vilmente, a los detentadores de esas cualidades.

La segunda clase de los hombres que menciona Machado se refiere a aquellos que, provistos de la gracia divina, efectivamente, se limitan a poseer virtudes. Esos son los que, con humildad, prudencia y mansedumbre, logran trascender en los escenarios que el destino los posiciona. Se destacan por sí solos, sin pronunciamientos ni alardes demagógicos.

También, parafraseando a Martí, esos son los abanderados de la dignidad humana. Ellos simbolizan la justicia, la verdad y la razón que, en el devenir del tiempo, se hacen memorables y se convierten en un legado.

Casos políticos

Si algo ha dejado claro el tiempo es que: En la política hay de todo y se ve de todo.

Sin embargo, en palabras del Prof. Juan Bosch, en política, lo que no se ve puede ser más importante que lo que se ve.

Así ocurre con los enconos y las situaciones propias de los intereses y las virtudes. En ocasiones, son más importantes los que no se expresan, y, por tanto, no se ven, pero que de alguna manera están ahí.

En esas circunstancias surgen las diferencias que, algunas veces, devienen en enemistades. En el ejercicio del poder, haciendo oposición al gobierno, en los debates nacionales, y, sobre todo, en el fragor de una campaña electoral. Ahí abundan tales casos.

He leído con interés las exposiciones en el “Foro público” de la Era de Trujillo y prestado especial atención a las anécdotas que pululan alrededor de su figura, sobre quienes, con razón y sin razón, luchaban entre sí por el favor y la gracia del “Generalísimo”. Unos con sentido, otros sin sentido. Algunos usaban la lógica y la razón, otros preferían prescindir de ellas.

Lo mismo pasa con otras connotadas figuras como el Dr. Joaquín Balaguer, quien en el ejercicio del llamado período de “los doce años”, vio renunciar a la plana mayor de las fuerzas armadas por nombrar en la jefatura de la policía nacional, a una persona con la que, el grupo renunciante, tenía diferencias marcadas y enemistades confesas e irreconciliables.

De ese hecho, se puede argüir que, estamos en presencia de un fenómeno que deambula en la política y el poder. Se manifiesta en diferentes escenarios y con diferentes personalidades.

A raíz de las elecciones de 1978 en las que concluyen “los doce años de Balaguer”, se suscitó un debate enardecido entre el Dr. Marino Vinicio Castillo y el fenecido Dr. Hatuey de Camps, que devino en tensiones personales.

El debate fue tan acalorado que acaparó la atención nacional y desde ese momento los debatientes eran reconocidos como archirrivales. A tal punto, que luego del llamado “fallo histórico”, no se le vieron lazos de amistad más allá de la madurez y la cordialidad que manda la política.

Sin embargo, lo verdaderamente interesante es como, en esos escenarios, no se pierden los valores, principios y virtudes que forjan nuestra personalidad. Asimismo, como se afrontan las situaciones y las personas que utilizan las argucias antes expuestas. Puesto que, esos principios y virtudes no encentrarían mejor cobijo y exaltación que habitando en un alma honesta, transparente, justa, sin hipocresías y de cara al sol.

A pesar de las amarguras e incomodidades que se dan en la política, de las situaciones adversas y enemistades que genera, se debe actuar con apego a las reglas elementales de la cortesía y estricto respeto a las personas que nos rodean.  Por encima de todo, debe primar la tolerancia, la concordia y el perdón. Se debe entender que no es un asunto personal, es político.

Finalmente, la razón y la verdad se inclinan hacia la lógica y la metodología científica. La mediocridad y bajeza van donde hay calumnia, estupidez y sinrazón. Por una vía surgen lazos sólidos e inseparables, por otra nacen desavenencias, conflictos y enemistades. Ambas pasarán por el escrutinio inminente: la historia.

Oportunas, en fin, son las palabras del desaparecido Dr. José Francisco Peña Gómez, que, en el ocaso de su accidentada carrera política, dijo: “He recibido ataques feroces, a veces frontales, a veces con veneno más sutil, como ahora. Pero yo los perdono. Mis adversarios pueden contar conmigo, con mi perdón”.

 

Así es la política.

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