Breve historia de un malnacido

A mediados del siglo XX un hombre llamado José Boguiño decide casarse con la mujer de sus sueños llamada Renata Domínguez, con la pretensión de crear una familia y progresar. Sin embargo, por las condiciones paupérrimas en las que vivían, acordaron que no iban a concebir hijos hasta que él creara todo lo necesario para ampliar la familia. Pero doce años después, sin haber superado su estado de pobreza, su mujer sale embarazada de manera imprevista; lo que lo enfadó estrepitosamente, a tal punto que no estuvo presente en el parto.

Renata dio a luz un varón como lo habían soñado, a quien llamó Darío. A pesar de eso y de todo el empeño de la madre por preservar su matrimonio, que había caído en una fuerte tensión, Don José nunca mostró un cariño delirante a su vástago, a quien nunca tuvo en brazos.

Se cuenta que no fue sino hasta dos años después que se le vio a Don José sonreír y llorar de felicidad junto a su esposa, cuando esta trajo al mundo otro varón, a quien llamó Lázaro.

Con el paso del tiempo Darío y Lázaro, ya adolescentes, empezaron ayudar a su padre en el cultivo de tierras; trabajo que Darío detestaba y hacía con pereza, pues en su imaginación era un hijo de Dios destinado a una gloria futura, por lo que provocaba constantemente que su padre lo corrigiera respecto de lo que hacían, poniendo como ejemplo a su hermano Lázaro, quien siendo menor cultivaba la tierra afanosamente, con decoro y mansedumbre.

Hasta un día que en medio de una fuerte discusión Darío abandona el hogar, tras cuestionar a su padre sobre las condiciones abyectas en las que estaban sumergidos. Lázaro trató de detenerlo pero Darío solo atinó a decirle: “Déjame ir tras mi gloria, pues no estoy destinado a la pobreza que estos pordioseros tienen para ti: su preferido”. Con esas palabras, cargadas de odio, inquina y resentimiento partió Darío, con el recóndito anhelo de lograr la riqueza y los elogios que no le proveyeron en el hogar. Para algún día enrostrarle a Lázaro de lo que según él era merecedor.

El cuento y los partidos políticos

No sería ocioso preguntarse qué vinculación tiene esa historia con la política. Puesto que, precisamente, en un partido político se puede dar la incomprensión que se produce en el hogar cuando se atraviesa por circunstancias difíciles. Por ejemplo, cuando un partido no logra concitar el respaldo popular necesario que lo lleve al poder, esto hace que determinados miembros  muestren desafección hacia la organización, en el entendido de que se integraron a la misma para servir a una causa y ascender social y políticamente. Más aun, si ven inalcanzables sus aspiraciones de escalar a una posición dentro o fuera del partido.

En nuestro país se tiene el caso del Partido de la Liberación Dominicana, el cual no tuvo éxito en ninguna elección presidencial desde su fundación en 1973 hasta el 1996. Pero en ese lapso de 23 años, hubo fuertes confrontaciones internas en las que muchos miembros cuestionaban la manera en la que era conducido el partido, que no ganaba elecciones y tenía un crecimiento muy parco. De dichas confrontaciones se fueron algunas figuras importantes y otras fueron expulsadas. Esto así, en cierto modo, por no comprender el proceso de consolidación de criterio, principios y visión que se pretendía esparcir en toda la militancia peledeísta como proyecto de nación. Ya que nadie entraba al partido sin pasar por los famosos círculos de estudios instaurados por el Profesor Juan Bosch.

Sin embargo, lo que no previó la alta dirección del PLD en las situaciones de esos años es que algún compañero podía quedar con esa  inquina hacia la organización o hacia algún otro compañero a lo interno del partido, para cuando llegaran a tener los niveles de éxito que exhiben hoy. Lo que pudiese identificarse en supuestos casos indecorosos que han salpicado la opinión pública, o en la omisión de hacer lo correcto frente a ellos, por parte de algunos fundadores del PLD, desdiciéndose del pensamiento del Profesor Bosch. Pero sería más peligroso todavía, si la dirección del partido cae en manos de un compañero que albergue secretamente en su interior el resentimiento generado por ese tiempo difícil, de derrotas y letargo, puesto que será el fin del Partido de la Liberación Dominicana. Esto así por la incomprensión del momento y la mezcla de emociones en cuestiones donde impera la razón.

Probablemente, ante esa realidad es que, con causticidad, el presidente de la República Dominicana, invita a sus compañeros de partido a hacer el trabajo correspondiente a las próximas elecciones, con estas palabras: “Háganlo sin odio. Háganlo sin rencores. El que tiene la verdad no tiene que agredir ni tiene que odiar. El odio y las agresiones son  típicos de las personas débiles. Cuanto más ataca una persona a su adversario, más debilidad encierra. Solo los débiles tienen que odiar y agredir para poder avanzar. El que se ha ganado el corazón de la gente y el que se gana el corazón del pueblo no tiene porque mentir, no tiene porque odiar y no tiene porque agredir”.

En esas palabras esta el deber de una nueva generación de jóvenes que participamos sanamente de la política, pero más que para discursear de esa manera, tiene el reto de diferenciarse predicando con el ejemplo de un liderazgo serio. El cual, en su momento, la historia juzgará si tenía la verdad, si actuó con odio y si agredió para crecer en el ámbito político nacional. O si por el contrario, tuvo sencillamente la bendición del destino y las cualidades necesarias para servir y hacer el bien en la medida de lo posible.

Por tanto, se puede colegir que, la incomprensión puede conducir a tensiones ocultas a lo interno de una organización, y a su vez, a un desatino político que termine ineludiblemente con el infortunio de todos.

Finalmente, a pesar de algunos logros que obtuvo Darío, por su odio, resentimiento y su ambición desmedida quedó como el personaje aciago de la historia; quien con el poco éxito que tuvo, nunca hizo el bien ni a su propia familia, constituyendo en sí mismo el ejemplo exacto de un malnacido. Por el contrario, su hermano Lázaro se mantuvo firme en el hogar, trabajando de manera infatigable, con decoro y denuedo, hasta producir grandes riquezas para la familia, las que multiplicó para todo el pueblo, siendo así el orgullo de sus padres y de toda la sociedad.

En todo caso, propicias son las palabras del insigne José Martí, quien en alguna ocasión dijera: “Un hombre que oculta lo que piensa, o no se atreve a decir lo que piensa, no es un hombre honrado. Un hombre que se conforma con obedecer a leyes injustas, y permite que pisen el país en que nació los hombres que se lo maltratan, no es un hombre honrado.”

“Hay hombres que viven contentos aunque vivan sin decoro. Hay otros que padecen como en agonía cuando ven que los hombres viven sin decoro a su alrededor. En el mundo ha de haber cierta cantidad de decoro, como ha de haber cierta cantidad de luz. Cuando hay muchos hombres sin decoro, hay siempre otros que tienen en sí el decoro de muchos hombres. Esos son los que se rebelan con fuerza terrible contra los que les roban a los pueblos su libertad, que es robarles a los hombres su decoro. En esos hombres van miles de hombres, va un pueblo entero, va la dignidad humana”.

Al final, de un desatino político, como la incomprensión, se arguyen bajezas humanas; pues como es sabido, es de bien nacidos ser agradecido.

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