Del envidioso y el calumniado

Precisamente el 16 de febrero del 2015, publicamos una reflexión titulada “La política, el éxito y la calumnia”, en la que analizamos el fenómeno de la calumnia ante el éxito de un individuo. En la misma, tomamos como ejemplo el análisis que para 1955 hiciese el Profesor Juan Bosch sobre Judas Iscariote.

Más atrás, el 12 de agosto del 2013, en el artículo que lleva por título “Elogio a la envidia”, analizamos la envidia en las relaciones políticas y sociales. En dicho escrito, establecimos que, “Un alumno aventajado no es aquel de calificaciones prominentes ni el de buen trato con sus profesores; sino,  más bien, aquel que con su esfuerzo y estudio se empeña en seguir los pasos de sus maestros, con responsabilidad, humildad y honor…” y así  estudiamos todo lo que compone la envidia como bajeza humana, desde la creación hasta nuestros tiempos.

Sin embargo, a pesar de tener varios años reflexionando sobre esas manifestaciones  peculiares del ser humano, pareciera que no nos causa sorpresa. No es así. El uso que el envidioso hace de la calumnia, cuando se trata del éxito o el fracaso de una persona, nos llama poderosamente la atención.

Del envidioso

Quien padece de envidia, según los sicólogos Smith y Parrot, posee seis características inseparables a esa condición: “1) Deseo de lo que la otra persona tiene, 2) Hostilidad hacia la persona, 3) Resentimiento global, 4) Admiración por la otra persona, 5) Sentimientos de inferioridad y 6) Sentimientos de culpa”.

El deseo de lo que la otra persona tiene puede medirse de forma material o inmaterial. En lo material, por ejemplo, sería anhelar el  carro que tiene otra persona, por entenderse más merecedor  del mismo. En lo inmaterial, el envidioso desea las cualidades que adornan a la persona envidiada, por ejemplo, un individuo que por su inteligencia o carisma despierte la simpatía de las personas que conoce, genera a su vez fuertes celos en quien lo envidia.

En cuanto a la hostilidad del envidioso, los reputados estudiosos de la conducta refieren que se muestra como el rechazo a cualquier iniciativa de quien se envidia, o incluso, hasta si no la hay. Es decir, si el envidiado emprende algo es malo, y si no emprende nada también lo es. Todo le genera molestia e incomodidad.

Igualmente, el resentimiento global versa sobre el enojo que el envidioso muestra hacia la persona que envidia, con la diferencia de que más allá del envidiado detesta, además, todo lo que interactúa a su alrededor.

En el fondo, por más sombrío que pueda ser, lo que la envidia revela es la profunda admiración que ha de sentir el envidioso, poniendo de manifiesto una dura contradicción en su interior. Por consiguiente, se entiende como una condición propia de una baja autoestima, es decir, que a sí mismo no se cree capaz de alcanzar el éxito que observa en el envidiado. Esto se representa, de forma clara, en la frase que dice: “La envidia es el medidor de los logros; aquel que más la padece es el que nunca ha logrado nada”.

Los sentimientos de inferioridad y de culpa están entrelazados, ya que la baja autoestima antes dicha se debe a que el envidioso se valora personalmente en niveles muy ínfimos. Igual, pudiese servirle de justificación, en el entendido de que todo lo que hace en contra de quien envidia es por problemas sicológicos involuntarios, generándose así un sentimiento de culpa. En tal sentido, Smith y Parrot advierten cierto indicador o grado de locura.

Del calumniado

Hace mucho tiempo que la inteligencia dejó de medirse por las fechas y acontecimientos históricos que se puedan memorizar, o incluso, hasta por los títulos universitarios y académicos que pueda tener una persona. Más bien, lo que en estos tiempos denota inteligencia es la aplicación eficiente y eficaz del conocimiento, logrado con la praxis cotidiana y con la lectura reflexiva que facilita elaborar y comunicar conceptos acabados, que le dan un justo valor a las ideas. Ahí radica, verdaderamente, gran parte de la capacidad e inteligencia que se le pueda atribuir a un ser humano en el siglo XXI.

No escapa a nuestro conocimiento entonces, que quien posea esas virtudes será blanco del envidioso, quien tendrá siempre a mano su arma mortal: la calumnia.

El gran novelista francés, Víctor Hugo, dijo en alguna ocasión lo siguiente: “Dejarse calumniar es una de las fuerzas del hombre honesto”. Esta frase podemos referirla, de manera especial, a quienes en su conducta no han conocido la doblez, o a quienes han tenido un accionar dirigido por la dignidad y la honestidad,  y  también a quienes en su “verticalidad han vivido eternamente desafiando índices”. Así mayormente son los calumniados.

El calumniado frente a los envidiosos debe hacer suya la oración contenida en el salmo 64 de la Biblia, que dice: “Dios mío, escucha la voz de mi lamento, protégeme del enemigo temible. Apártame de la conjuración de los malvados, de la agitación de los que hacen el mal.
Ellos afilan su lengua como una espada y apuntan como flechas sus palabras venenosas,
para disparar a escondidas contra el inocente, tirando de sorpresa y sin ningún temor. Se obstinan en sus malos propósitos y esconden sus trampas con astucia.
Proyectan maldades y disimulan sus proyectos: su interior es un abismo impenetrable.
Pero Dios los acribilla a flechazos y quedan heridos de improviso”.

El calumniado por lo general es manso, solidario, inteligente, perseverante, trabajador, y de corazón noble.

Un ex presidente hizo galas de esas virtudes, en su respuesta a las fuertes calumnias levantadas en su contra, cuando dijo: “[…] Se ha intentado degradarme,  deshonrarme y hacerme añicos. Sin embargo, no se ha logrado, ni se logrará, pues como dice la palabra, nadie que ha confiado en Dios ha quedado defraudado”.

Con esa templanza actúa un calumniado. Quien con la honradez y mansedumbre que le caracteriza, descansa en la palabra de Dios y el tiempo.

Sin embargo, no significa que el calumniado permita que aniquilen su moral. Esto, se puede evidenciar, en la valentía de un extinto líder dominicano, al pronunciar estas palabras: “[…] Yo, como el Poeta Adán Aguilar, a todos los espero para combatirlos uno a uno como caballeros, o a todos juntos como malandrines”.

En fin, mientras el envidioso se hunde en sí mismo frente a tal nivel de oprobio y de vileza, el calumniado avanza rápidamente, en su decidido andar hacia la búsqueda del conocimiento, del éxito y del crecimiento espiritual; al ritmo de la frase que dice: “La fuerza de tu envidia es la rapidez de mi progreso”.

La tolerancia e indulgencia con la que el ex presidente desmontó la campaña de descrédito que se configuró en su contra, constituye un ejemplo para la juventud dominicana, de cómo debe reaccionar un calumniado honesto.

Siempre resultará más beneficioso para el calumniado responder con humildad, dignidad y valentía, antes que caer al vacío de bajeza y depravación de un envidioso.

En todo caso, comparto el pensar del finado comunicador Yaqui Núñez Del Risco, en cuyas frases dijera: “Me vacuné contra la calumnia cuando confirmé que era el precio a pagar por ser distinto y triunfador… De vivir y sobrevivir aprendí que el ignorante es atrevido, que el mediocre es irrespetuoso y que el derrotado del triunfo ajeno dispara a matar reputación”.

Al final, aquel ex presidente terminó diciendo las siguientes palabras, que hacemos nuestras en esta reflexión: “Por eso, cada día salgo protegido,  al hacer mío el salmo 23, diciéndome: Jehová es mi pastor y nada me faltará… Me guiará por sendas de justicia y  aunque ande en valle de sombra de muerte, no temeré mal alguno, porque tú estarás conmigo”.

Que así sea.

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