El príncipe y la lealtad de sus correligionarios
De boca ignominiosa ante la historia dominicana, salió una vez lo siguiente: “Nadie es digno de la vida que le ha sido concedida por Dios, como derecho de la existencia, si no lleva como sello de la personalidad humana, el sentimiento de la lealtad como razón de ser de su paso por el mundo, para cumplir un destino honorable en la tierra”.
Esas palabras, pronunciadas hace más de medio siglo por el personaje más aciago, deplorable y luctuoso que guarda la historia de nuestro país, no dejan de ser certeras. Es por ello que, con esta reflexión analizamos el alma humana y el éxito de las personas desde la perspectiva política de la lealtad.
A Lorenzo el Magnífico
Nicolás Maquiavelo, en la dedicatoria de su obra cumbre “El príncipe”, estableció lo siguiente: “Quienes desean conquistar el favor de un príncipe suelen salirle al encuentro, la más de las veces, con aquellas cosas a las que confieren más valor o ante las cuales le ven deleitarse en mayor medida. Por eso vemos muchas veces que les son presentados caballos, armas, vestimentas doradas, piedras preciosas y adornos semejantes dignos de su eminente posición. Deseando yo, por tanto, ofrecerme a Vuestra Magnificencia con algún testimonio de mi afecto y obligación hacia Vos, no he encontrado entre mis pertenencias cosa alguna que considere más valiosa o estime tanto como el conocimiento de las acciones de los grandes hombres, adquirido por mí mediante una larga experiencia de las cosas modernas y una continua lectura de las antiguas…” y así sigue aquel genio de la política.
Precisamente por el análisis de “las acciones de los grandes hombres” a los que alude Maquiavelo, es que podemos colegir que en la política dominicana los personajes de mayor trascendencia han sido aquellos que, parafraseando a Winston Churchill, no han tenido otra cosa que ofrecer sino sangre, sudor y lágrimas.
Es decir, aquellos que han sido hasta presidentes de la república, entregaron su vida a una causa y a un líder, teniendo para ofrecer (en algunos casos) únicamente intelecto, sacrificio y lealtad. Nada de lo material y mercurial con lo que se suele cortejar a un líder, presidente, o incluso hasta quienes hayan nacido económica y socialmente privilegiados; en buen dominicano, que hayan “nacido como la auyama”.
En la actual política dominicana la lealtad aparenta ser un valor en desuso o desacreditado para granjearse un sitial digno, desde el que se pueda contribuir justamente a la causa que se sigue o a quien se sigue. Más bien lo hace el aporte pecuniario y de bienes. Que más que suponer que dicho aporte surge de la lealtad que dicta la consciencia, sale de las prácticas más aviesas de las que está contaminada la política de nuestro país y que esperan una retribución por parte de sus mercaderes. O sea, no es una lealtad genuina como la que ofrendan quienes (sin haber sido beneficiados nunca del poder político de algún líder o presidente) lo hacen como la mejor forma de expresar su simpatía a la ideología y creencias de la causa que se sigue y a quien la personifica. Mucho menos como la lealtad que se le profesa a un amigo, solamente por el trato y las emociones envueltas en las circunstancias que los unen al margen de toda actividad política, sin esperar nada a cambio.
El extinto Doctor Joaquín Balaguer por ejemplo (a quien no se le conoció fortuna alguna en toda su vida), se inició en la vida política teniendo para ofrendar nada más que su intelecto, su capacidad para la producción de discursos cargados de una alta elocuencia y la lealtad inquebrantable que mantuviera al hombre que personifico la era fatídica de los treinta años. Más allá del riesgo que podía correr lo hacía, presumiblemente, por su formación y convicción de que la lealtad es condición indispensable para ejercer la política de una manera en la que esté demostrada públicamente, la dignidad y la honorabilidad de la que puede estar compuesta el alma humana.
Precisamente a quien el Doctor Balaguer escogió como su sucesor en el ocaso de su último período de gobierno, fue a una persona humilde que al igual que él no tenía otra cosa que aportar que no fuera el vasto conocimiento que posee y la lealtad (sin parangón alguno en toda su generación) que entregara a quien fuese su maestro, mentor, líder y guía: el profesor Juan Bosch.
Esta idea del aporte inmaterial que se hace en política, que aparentemente ha sido desacreditado en los últimos tiempos, cobra mayor fuerza cuando vemos en las Sagradas Escrituras que, Moisés (quien hace poco fue reconocido en un escrito como un líder con cualidades propias del siglo XXI) entregó por designio divino el liderazgo del pueblo de Israel a Josué, el más fiel de sus discípulos. Esto así, porque había aprendido de la paciencia de Moisés para con el pueblo y le había sido leal hasta el momento de su muerte.
En fin, lo que se pretende evidenciar es que ciertamente la contribución intangible dada por medio de la lealtad, el conocimiento, el sacrificio y demás cualidades que pueda tener y aportar una persona a una causa política, tiene igual o mayor valor que las cosas que mencionamos que han tenido preeminencia últimamente en el quehacer político dominicano; y es ese valor el que indefectiblemente ha conducido a muchos políticos al éxito que podemos mencionar en este tipo de reflexiones.
A pesar de que estas palabras hayan sido pronunciadas por el personaje más lúgubre de la historia dominicana, no han perdido su vigencia, dijo: “Los que triunfan en nobles luchas a que consagran sus esfuerzos, deben su éxito a la entereza de carácter que los ha mantenido leales a sí mismos y al interés individual y social”.
En tal virtud, los que participamos de la política con esa visión debemos de mantener incólume nuestra conciencia de que el sacrificio, el conocimiento y la lealtad es el mejor aporte que cualquier causa o político puede recibir; a pesar de los nubarrones que puedan cernir nuestros horizontes.
Por su parte, los políticos que cuenten con este tipo de contribución deben valorarla y ubicarla en su justa dimensión. Para así evitar la agonía que hace presencia en ciertas circunstancias en las que la lealtad solo deja la estela de que alguna vez estuvo.
Al arribar a un año más de existencia con tal reflexión, podemos inferir que somos dignos de la vida que nos ha sido conferida por Dios, Todopoderoso, por la lealtad que incondicionalmente hemos entregado a quienes la merecen y a quienes la han ganado; con la única finalidad de cumplir con un destino honorable en la tierra.
Finalmente, Maquiavelo, cierra su dedicatoria al Príncipe de Florencia, Lorenzo de Médici, con estas esclarecidas palabras: “Acoja, pues, Vuestra Magnificencia esta pequeña ofrenda con el mismo ánimo con que yo se la envió, pues si hace de ella un estudio y lectura diligente, reconocerá en su interior un profundo anhelo mío: que alcancéis esa grandeza que la fortuna y las restantes cualidades Vuestras os prometen. Y si Vuestra Magnificencia, desde el ápice de su elevado sitial, posa en alguna ocasión los ojos sobre estos bajos lugares, reconocerá cuán inmerecidamente soporto una enorme y continua malignidad de la fortuna”.