Rómulo y Remo: la trágica lucha por el poder

Según la mitología Romana, sus días estaban contados desde antes de nacer. Fueron mandados a asesinar por el Rey Amulio. Los salvó una loba que los amamantó en su guarida del Monte Palatino. Ellos fundaron a Roma: los hermanos Rómulo y Remo.

Roma fue fundada un 21 de abril del 753 a.C.,  en circunstancias difíciles, ya que Rómulo y Remo no se ponían de acuerdo respecto al lugar donde levantar la ciudad.

Por razones obvias de gratitud, Rómulo quería erigirla en el Monte Palatino. Remo, en cambio, tenía interés en que fuese en el Monte Aventino. Para determinar el lugar acordaron que el que viera mayor número de buitres decidiría y la gobernaría. Rómulo vio doce buitres. El doble de los que pudo ver Remo, y por ello, salió victorioso.

Sin embargo, el hecho de que Rómulo haya ganado en forma abrumadora y se haya coronado como el primer Rey de Roma, desató los sentimientos más abyectos en Remo.

Rómulo procedió a delimitar el terreno que pertenecería a la nueva ciudad y prohibió que se transgrediera el orden instituido. Pero no fue así. El rencor, el odio y la ambición desmesurada de poder que dominaba a Remo, le llevaron a desafiar a su hermano públicamente, cruzando las líneas establecidas.

Ocurrió lo peor. Remo confrontó a su hermano Rómulo con un arma blanca. Este se defendió con la misma arma, propinándole graves heridas al agresor, causándole la muerte poco tiempo después.

El bien y el mal

La lucha por el poder está motivada por sentimientos e intereses buenos y malos. En primer lugar, están los que consagran su vida a la política sujetos a una concepción ideológica,  y,  una vez alcanzan el poder, concentran sus esfuerzos en hacer realidad los anhelos de las mayorías. En segundo lugar, hay quienes se involucran en la política para corresponder única y exclusivamente a intereses malsanos, impuros e indecorosos, pero sobre todo, a su propia conveniencia.

Los segundos recurren a la imposición, a la tiranía y a la violencia. Los primeros apelan, siempre, al consenso, al diálogo y la convivencia civilizada, con absoluto respeto a la pluralidad de criterios.

Eso invita a analizar a los políticos por sus hechos, más que por sus palabras. Es decir, por sus actuaciones.

El insigne José Martí dijo: “un hombre que oculta lo que piensa o no se atreve a decir lo que piensa no es un hombre honrado…”. Esto aplica a los políticos de segunda categoría, que encubren sus reales intenciones en el ejercicio del poder,  y que no abren la boca ni para decir que les pertenece, frente a las penurias de un pueblo que perece por falta de atención a sus demandas sociales más perentorias (salud, educación, alimentación, etc.).

Los políticos del primer tipo, en el ejercicio del poder sacan de su tiempo para dialogar y exponer las medidas a adoptar para atender los males que agobian a la sociedad. A veces, hasta sin estar en el poder. Estos son los que dejan en la gente un legado, una obra y un recuerdo que les vuelve una y otra vez a su memoria.

Los del segundo tipo debemos estudiarlos desde su progenie, porque de la carencia y la escasez puede resultar un resentido social, incapaz de darle a la sociedad todo aquello que, a su entender, le había sido negado. Pues como es sabido, “no es lo mismo pasar hambre en un pueblito remoto que en una gran urbe”.

Más aún, el político del primer orden no procura cargos de manera típica y común; el cargo le llega por sus cualidades y méritos propios. Pero el de segunda categoría no. Este último se empeña en obtener un cargo específico, a las buenas o a las malas. Sin escatimar, en ningún momento, tener que tirar los escrúpulos al zafacón.

En fin, hace exactamente un año, que vengo reflexionando sobre las motivaciones de los políticos en su lucha por el poder, y ha sido evidente, quienes son movidos por causas nobles y justas, y quienes, por el contrario, son motivados por el ego y la ambición.  Estos, están tan ensimismados que olvidan que actúan frente a un pueblo, que parafraseando al profesor Bosch, “es tan sabio que conoce al cojo sentado y al ciego durmiendo”, en referencia al pueblo dominicano.

Eso ocurre desde antes de Jesucristo. Por consiguiente, la historia conserva a Rómulo como el primer Rey de Roma. Un hombre honrado y agradecido, a quien se le atribuye haber organizado políticamente dicha urbe, haber promulgado las más novedosas leyes y nombrado los senadores más aventajados. En cambio, Remo es recordado como un hombre ingrato y despreciable; quien murió luego de haber sido poseído por el odio, el rencor y la envidia contra su propio hermano.

Para entender todo lo antedicho, es preciso conocer la frase que dice: “El  ego que ahora te hace sentir grande, es el mismo que siempre me hace verte pequeño”.

Ojalá que la política en nuestro país, si aún hay tiempo, no se torne en una lucha trágica por el poder.

La bajeza política es algo sobre lo que no dejo de reflexionar.

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