A mis amigos
Los cantautores Alberto Cortez y Facundo Cabral, interpretaron una canción que lleva por título el mismo de este escrito, que en uno de sus versos reza:
“A mis amigos les adeudo algún enfado
que perturbara, sin querer, nuestra armonía;
sabemos todos que no puede ser pecado
el discutir, alguna vez, por tonterías”.
Ese verso hace propicio, el día de hoy, que podamos reflexionar sobre los amigos y la amistad, para dejar constancia pública e imperecedera de nuestro pensar al respecto.
El crecimiento, el tiempo y las diferencias
En la infancia y la adolescencia, además de estudiar y cumplir con compromisos familiares, siempre hay tiempo para jugar, compartir y descubrir el mundo con los amigos que las coyunturas y el entorno nos ponen al lado. Queda de uno mismo establecer y mantener el vínculo que se pueda desarrollar.
Son precisamente, los gustos, las creencias, las convicciones, las emociones, los talentos, etc. los que unen a los individuos desde la infancia y la adolescencia, hasta las siguientes etapas de la vida. Pero muchas veces, la amistad que se forjó en un salón de clases, en un parque o en cualquier espacio de exigua responsabilidad, puede verse debilitada por la incomprensión, irracionalidad, e incluso, por los celos que pudieran derivarse de establecer nuevos vínculos conforme uno va creciendo.
Así surgen las diferencias. Dado que si no se comprende que, en la medida que uno va creciendo va adquiriendo nuevas responsabilidades (en muchas ocasiones muy exigentes), el tiempo de compartir, contrastado con etapas previas, se acorta, permitiéndonos de esta forma identificar las diferencias de intereses, de visión y de metas con nuestras amistades de siempre.
Ahora bien, la amistad no puede perecer ante esas diferencias. Sin embargo, lo cierto es que frente a las responsabilidades que nos impone el crecimiento y que nos reduce el tiempo de compartir como quisiéramos, debe primar la lealtad, la comprensión, la razonabilidad, el afecto, el respeto y la comunicación.
Cuando uno asume posturas recias sin conocimiento de causa, puede caer en el irrespeto, la calumnia y la intriga. Esa sería una caída difícil de rescatar en una amistad genuina. Lo que me recuerda una estrofa de uno de mis poemas preferidos, que dice: “Los claros timbres de que estoy ufano han de salir de la calumnia ilesos. Hay plumajes que cruzan el pantano y no se manchan… ¡Mi plumaje es de esos!”.
Por consiguiente, antes de asumir posturas agrias por falta de comunicación, de tiempo para compartir, etc. como forma de expresar nuestro descontento, debemos pensar en el afecto que nos une, para evitar lacerar los sentimientos que quizás sean imposible de reparar.
La envidia, la lealtad y los resultados
El mismo poema a que hemos hecho referencia tiene otra estrofa reveladora, que reza: “¡Deja que me persigan los abyectos! ¡Quiero atraer la envidia aunque me abrume! La flor en que se posan los insectos, es rica de matiz y de perfume”.
Como seres humanos, la imperfección es irrefutable. Por tal razón, sería lamentable sospechar que el disgusto que expresa algún amigo por falta intercambios amenos, en frases como: “Ya no llamas a nadie”, “No te dejas ver”, “Ahora solo te juntas con fulano”, etc. pudiese estar recónditamente matizado por la envidia. Ya que si la “desaparición” que se alude, es evidentemente atribuible a un crecimiento personal, profesional y humano, las frases deberían ser otras; inclinadas al regocijo, al reconocimiento y a la felicidad compartida.
En fin, aun no he sido cautivado por un valor de mayor importancia, para mí, en las relaciones humanas como la lealtad. Y es que, precisamente, a nuestro entender, la lealtad es un conjunto amplio de valores.
En una amistad, a pesar de los tiempos de distancia, de los compromisos y las responsabilidades, la lealtad debe ser irrestricta y no puede dejar el mínimo resquicio a la duda o al levantamiento de los afectos. Pero si así ha de ocurrir, recuerdo nueva vez aquel poema, que entre sus estrofas tiene la siguiente: “Inútil es que con tenaz murmullo exageres el lance en que me enredo: yo soy altivo, y el que alienta orgullo, lleva un broquel impenetrable al miedo”.
Finalmente, los esfuerzos y sacrificios que hacemos adaptados al crecimiento, culminan en los resultados, los cuales no vendrán determinados, especialmente, por el deseo de corresponder al mismo tiempo, a tantos y a todos. Estos resultados serán, en algún momento, tangibles e intangibles, y habremos de estar dispuestos, en ambas formas, a extender nuestra generosidad hacia quienes hayan sido leales, comprensivos y razonables. En ese orden.
En todo caso, mi reflexión sobre este particular se ciñe a la frase del destacado poeta español Jorge Guillén, que dijo: “Amigos y nadie más. El resto, la selva”.
Tal pudiese ser esa mi devoción por los amigos.