Elogio a la envidia
Un alumno aventajado no es aquel de calificaciones prominentes ni el de buen trato con sus profesores,sino, más bien, aquel que con su esfuerzo y estudio se empeña en seguir los pasos de sus maestros, con responsabilidad, humildad y honor; para algún día, si ha de tener la vocación, transmitir sus conocimientos a los demás.
Ha sido el artículo del ex presidente de la República Dominicana, Dr. Leonel Fernández Reyna (a quien orgullosamente puedo llamar mi maestro) titulado “Elogio a la Calumnia” (este a su vez motivado en parte, en el estudio realizado por el célebre humanista, Erasmo de Rotterdam, denominado “Elogio a la Locura”) la principal inspiración de este análisis atrevido sobre la envidia, desde nuestra modesta perspectiva; guardando con respeto los años luz que me llevan las dos personalidades antes mencionadas.
Alegoría de la Envidia
Un relato verdaderamente único e impresionante de la Biblia se encuentra en el Génesis, del que pudiese afirmarse, además, que es el ejemplo por antonomasia de todo cuanto se refiera a la envidia, me refiero a la universalmente conocida como la historia de “Caín y Abel”.
Tiempo después de que Adán y Eva fueran expulsados de la gloria, por haber incurrido en la deshonra de desacatar el mandato directo de Dios de no comer la fruta prohibida del Árbol de la Ciencia del Bien y el Mal, procrearon a Caín. Luego de Caín, concibieron otro varón al que le pusieron como nombre Abel.
Al pasar el tiempo, Caín, con su ambición material desmedida y su deseo desmesurado por sobresalir, dedicó todos sus esfuerzos a la agricultura, quehacer que en ese entonces era el principal modo de subsistencia. En tanto, su hermano Abel, con toda su bondad y nobleza, optó por criar ganado, especialmente el pastoreo de mansas ovejas.
De acuerdo a la Biblia, como buenos hermanos e hijos de Dios, tenían que ofrendar al Todopoderoso las primicias de su trabajo, en sus sagrarios correspondientes. Caín ofrendó el fruto de la tierra y Abel las crías de sus ovejas. Evaluando Dios ambas personas; sus sentimientos, su espiritualidad, etc.; pudo apreciar que el trabajo de Caín se inclinaba al sentimiento más ruin de codicia que existía, y que, por el contrario, el sacrificio de Abel era motivado fielmente por el espíritu más noble que habitaba en la tierra en ese momento; por lo que Dios escogió el trabajo de Abel (apegado a lo digno) antes que el de Caín (resultado del interés mundano).
El hecho de que Dios haya preferido el trabajo de Abel, frente al de Caín, llevó a este último a enloquecer perdidamente, debido a los celos y la envidia que se apoderaron de todo su ser. No solo porque Dios eligió el sacrificio de Abel, a ello se le abonan las preclaras cualidades que adornaban su personalidad, razones que llevan a Caín a asesinarle vilmente, huyendo tras la comisión del crimen a sus tierras de cultivo. Sabiendo Dios lo sucedido, cuestiona a Caín sobre dónde se encontraba su hermano, a lo que éste, con todo descaro contestó: “¿Soy yo acaso el guarda de mi hermano?”. Respuesta desfachatada, propia de una persona poseída por la envidia.
El extinto y célebre escritor Británico, Premio Nobel de Literatura de 1950, Bertrand Russell, concibió que “la envidia es el más aciago y desdichado rasgo de la integridad humana”. En adición, entendía que la envidia es una de las causas más poderosas de infelicidad; debido a que el envidioso no sólo se hunde en el inhóspito abismo de amargura que ella genera, sino, además, porque nutre la macabra intención de producirle mal a aquel que es víctima de su envidia. Es decir, no solo daña al envidiado, igual se lastima de forma directa a si mismo, como si fuese un animal serpentiforme.
Todos los que hemos tenido la dicha de nacer y crecer en hogares donde la moral cristiana más que ser una práctica religiosa es una norma fundamental; y los que, por igual, hemos tenido la oportunidad de haber leído la “Divina Comedia” de Dante (obra cumbre de la literatura universal), sabemos que dentro de los siete “Pecados Capitales” se encuentra la envidia. En este caso, el término capital no es significativo a la dimensión del pecado, sino, más bien, a que de cada uno de los siete pecados, nacen otros pecados. Por tanto, de la envidia se desprenden otras bajezas que laceran por igual el entorno donde es concebida y profesada, con la ignominia más elevada que fuerza del mal pueda exhibir. Es por ello que el envidioso es, además de un ente vil e indigno, apartado de toda divinidad, hijo de las pasiones más ínfimas que solo son paridas por lo que siempre hemos conocido como el mal personificado.
El enfermo de envidia, en muchos casos, recurre a la calumnia como forma de dañar al poseedor de aquellos bienes o cualidades que tanto anhela, sin que esté dentro de sus posibilidades tenerlas en igual o mayor proporción. Esto es, psicológicamente, advertido como un indicador o grado de locura.
En una ocasión, una extinta y destacada figura de la política dominicana, el Doctor Joaquín Balaguer, en el prólogo de su libro “Tebaida Lírica”, haciendo una inusual confesión de la que se puede interpretar que el envidioso no solo recurre a la calumnia, ni demuestra cierto nivel de locura como ya hemos mencionado, sino que además es cobarde en algunos casos, lo plasmó en lo siguiente: “…odio al que escondió en el bouquet de rosas de un elogio una mal disimulada flor de envidia…”.
Los psicólogos Smith y Parrot adujeron seis situaciones de carácter emocional que se desprenden de la envidia: 1) Deseo de lo que la otra persona tiene, 2) Hostilidad hacia la persona, 3) Resentimiento global, 4) Admiración por la otra persona, 5) Sentimientos de inferioridad y 6) Sentimientos de culpa.
Otra de las tantas situaciones en las que se puede justipreciar la envidia es que, precisamente, no está ausente nunca del éxito del envidiado. Una persona anónima (de la que pudiese sospecharse cierto nivel de envidia si se entendiese como cobardía el simple hecho de hacer la frase en el anonimato) sostuvo lo siguiente, citamos: “La fuerza de tu envidia es la rapidez de mi progreso”.
En fin, la Biblia, en el libro del Génesis, presenta la existencia de la envidia desde los inicios de la humanidad; pasando por la historia contemporánea y continua gravitando en las actuales generaciones, mostrándonos exclusivamente su permanencia e intensificación en el tiempo.
A Caín le aumentaba su rencor, inquina y resentimiento, no solo cuando observaba los logros y las cualidades de su hermano Abel, sino, también, cuando veía que éste le respondía sus obras de maldad con tal sutileza, cual si fuese el pétalo de una rosa, o cuando, sencillamente, no contestaba sus provocaciones.
En palabras del Doctor Balaguer, en el mismo prólogo de su “Tebaida Lírica”, se refiere de la siguiente manera: “…Yo, como el Poeta Adán Aguilar, a todos los espero para combatirlos uno a uno como caballeros, o a todos juntos como malandrines”.
Por los celos y la envidia que llevaron a Caín a matar a su hermano, Dios lo condenó a deambular por el mundo, apartándolo para siempre del Reino de los Cielos. En cambio, Abel, por su nobleza y consagración, fue elevado por el Padre a la eternidad del paraíso.
Desde siempre hemos sido mayoría los que creemos en Dios y en sus misteriosas decisiones. Igual se ha entendido y se entenderá a Abel como una persona noble, fiel ejemplo de bondad. Caín, por el contrario, permanecerá en la historia humana y en el conocimiento de todos, como el personaje insignia de los celos, de la codicia y del odio, al tiempo que será por siempre la más abyecta encarnación de envidia de toda la existencia.
Al analizar, de modo humilde, un engendro de tal aberración y de mayúscula maldad, encontramos que para 1990, el extinto Duque de Alba, Jesús Aguirre, quien era, por demás, cristiano, había escrito un artículo con similar titulación a éste, lógicamente, cada cual ajustado a sus respectivos contextos.
No sería ocioso terminar con una de las lecciones del inmortal Miguel de Unamuno, citado en su escrito por el Duque de Alba, que reza lo que sigue: “Os están enseñando a calumniar, a injuriar, a insultar…; os están incitando a despreciar…, a renegar. Esa marea de insensateces [de injurias, de calumnias, de burlas impías, de sucios estallidos de resentimiento] no es sino el síntoma de una mortal gana de disolución… nacional, civil y social. ¡Salvadnos de ella, hijos míos! Os lo pide… quien ve en horas de visiones reveladoras rencores de sangre y algo peor: livideces de bilis”. Siendo tan solo esas letras, traídas a la actualidad, el mayor “Elogio a la Envidia”.