Omar y un extracto de su historia
Había una vez un mercader llamado Omar que tuvo tres hijos. El primero se llamaba Salem, el segundo Salim y, en tercer lugar, Juder.
Por su afinidad de pensamiento, su predilección por el tercero se hizo sentir. Sus decepciones con Salem y Salim eran constantes. Las veces que llamaba la atención a Juder, en gran medida, eran producto de quejas infundadas, malintencionadas e inciertas. Sin embargo, sus hermanos, celosos, las permitían y promovían. A tal punto que llegaron a expresar malquerer hacia su propio hermano.
Omar se había acostumbrado a que todo en su vida girase en torno a intereses. Por ser quien era, empresario de larga experiencia, todo le suponía costos y beneficios. Se le acercaban por esa razón, incluso sus hijos. Parecía haber perdido sus cualidades humanas. Todo lo noble, justo y racional había sido relegado a un último plano. La dinámica en la que cayó su vida lo agotó y perdió la perspectiva.
Cansado de esa situación, pensando en el final de sus días, decidió distribuir beneficios entre sus hijos, diciendo: “Tomad. Esta es toda mi fortuna. Os la entrego ahora para que a mi muerte no haya disputas entre vosotros. Me reservo la cuarta parte para mi esposa a fin de que con ella atienda sus necesidades.”
Pasaron los días, al cabo de los cuales, Omar no pudo aguantar y muere. Pero lo que este quería evitar con la repartición fue inevitable. Sus hijos se enfrentaron duramente por la herencia. Salem y Salim no aceptaron la distribución, entendían que la gran parte había quedado en manos de Juder.
Juder no era interesado. Sus hermanos si. Eran de vocación metálica y material. Sin embargo, se vio compelido a defenderse ante los tribunales y a convocar a los testigos musulmanes que habían presenciado el reparto. Los jueces prohibieron a Salem y Salim atentar contra el patrimonio de su hermano.
Eso, en cambio, no evitó que siguieran conspirando contra Juder, el cual tuvo que apelar una vez más ante los jueces. Lo hizo una tercera vez, una cuarta, una quinta, y así sucesivamente hasta que los tres perdieron toda la fortuna en costas legales e impuestos. Se habían quedado en la calle, no tenían ni para comer.
Los mayores viendo en la situación de miseria en que se encontraban, conspiraron contra su madre y la despojaron de lo suyo. Por su parte, Juder, se acercó a su madre, le dio consuelo y se las ingenió para buscar el sustento de ambos. Se apartó de sus hermanos, de sus cosas habituales y se dedicó a producir de manera modesta y honrada.
La responsabilidad de Omar
Un padre tiene la responsabilidad de guiar a sus hijos por el mejor de los caminos. Esto sobre la base de principios y valores que, en su ausencia, persistan para toda la vida. Es como un líder que, por su condición, debe guiar a sus seguidores por el camino que mejor los dirija al objetivo. Pero, sin preceptos que limiten el accionar de todos: el desconcierto y la desunión es inexorable.
Omar, por el contrario, no se percató como padre o líder que, tenía frente a él la oportunidad de dar un nuevo ejemplo de familia o liderazgo. Su desidia lo llevó a dejar que el tiempo pase y a ser indiferente ante la situación que tenía ante sus ojos. Haber repartido su fortuna, en lugar de inculcar valores, definir posturas y enfrentar las argucias en contra de Juder, lo condujo a mortal angustia y a la división de sus hijos.
Si los hubiese involucrado en sus actividades, sin distinción entre uno y otro, quizás, todavía hoy en Oriente Medio se estuviese hablando del ejemplo de unidad y cohesión de los hijos de Omar.
Recuerdo vivamente las frases, a través de las cuales mis padres inculcaron a mis dos hermanos (mayores) y a mi, cada uno de los valores que rigen nuestras vidas. Tales como la solidaridad, unidad e igualdad entre nosotros. Por ejemplo:“La unión hace la fuerza.”
Por esa guía no me cabe la menor duda de que, en ausencia de mis padres, jamás habría entre mis hermanos y yo una desavenencia de cualquier tipo. Sin la necesidad de hablar o compartir diariamente, los tres sabemos cuáles principios nos unen y unirán hasta la muerte. Por tanto, eso indica la efectividad de la crianza de la cual somos acreedores.
Salem y Salim, hambrientos y desamparados volvieron a casa de su madre y de Juder, sin este último presente. Su madre los atendió para que se fueran rápidamente y Juder no los encontrase allí, pues entendía que su corazón se endurecería y su furia se desataría en su contra. Ocurrió lo contrario. Su hermano menor los encontró y, sonriente, dijo: “¡Bienvenidos seáis, oh, hermanos míos! Pero ¿Qué os ocurrió para que al fin os hayáis decidido a venir a vernos en este día de bendición?”
Ellos, con aparente vergüenza, contestaron: “¡Por Alá! ¡Oh, hermano nuestro! El deseo de verte nos hizo languidecer, y no nos ha alejado de ti más que la vergüenza por lo que pasó entre nosotros y tú. ¡Pero henos aquí ya en extremo arrepentidos! ¡Sin duda aquella fue obra de Satán!”
Era mentira. La necesidad los había hecho volver.
En todo caso, eso corresponde a un clásico universal como: Las mil y una noches; que, pese a los años que tiene la obra y los cambios que ha sufrido el mundo, aún sirve para reflexionar sobre nuestro rol en la vida y no ser indiferentes.
Por supuesto, esa es una historia de la literatura, nada que ver con la realidad.