El trágico poder de una moneda
Fue Oscar Wilde quien en cuyas frases dijera: “Los infieles conocen los placeres del amor, los fieles sus tragedias”.
Dicha frase me ha traído a la memoria una historia que me hiciera un gran amigo hace ya algún tiempo, que, si bien no ha sido confirmada aún, pudiera servir para ejercitar nuestro imaginario y contextualizar algunas situaciones de la realidad.
Trata sobre una pareja de esposos que se profesaban un amor profundo e intenso. De forma tradicional, su relación se desenvolvía entre la ardua jornada laboral del hombre y el afán de ama de casa de la mujer.
Cada uno buscaba proveer bienestar y satisfacción a la relación. El hombre trabajaba lo suficiente para suministrar más que las necesidades básicas y la mujer procuraba algunos detalles para consentir a su marido, más allá de los oficios habituales del hogar.
Él era de carácter circunspecto, encantador y romántico. Ella, por el contrario, era astuta, dramática y poco cariñosa.
Sin embargo, pese a tener una vida de aparente armonía y cuasi perfecta, ocurrió lo impensable: el marido llegó temprano del trabajo y encuentra a su mujer con otro hombre en su cama.
Frente a tal episodio, es lógico pensar que dicho descubrimiento terminaría en violencia. Pero no fue así. El esposo paseó por su habitación bajo estricto control de sus emociones, invitó respetuosamente al impostor a vestirse e irse de su casa.
Su mujer, por su parte, entró en un ataque de nervios, de rodillas pedía perdón y dejaba los pies del marido lleno de lágrimas cual si fuese María Magdalena.
En cambio, su marido con mansedumbre y frialdad la levanta y le dice que no ha pasado nada. Pero antes de que saliera el intruso le pide una moneda, éste accede e inicia su rauda marcha.
La inteligencia emocional
En palabras de Aristóteles, “conocerse a sí mismo es el principio de toda sabiduría”. Esto mismo podría suponerse de la inteligencia emocional.
Expertos afirman que la inteligencia emocional es, “la capacidad para identificar y gestionar nuestras propias emociones y las emociones de los demás”.
Por tanto, se puede argüir que en la escena presentada al inicio es evidente el control de sus emociones que tenía el marido víctima de infidelidad y, del mismo modo, el dominio que pudo lograr de las emociones de los infieles. Pues, seguramente, de no exhibir tal manejo de su conducta la situación hubiese culminado en un hecho sangriento y lamentable, como típicamente se ha podido apreciar.
Sin embargo, es igualmente peligroso tener tanto nivel de autocontrol porque permite que la persona pueda calcular con mayor frialdad sus movimientos y, en consecuencia, ejecutarlos con premeditación sin que nadie pueda prever el desenlace.
Por ejemplo, cuando mi amigo me expresó que el marido le solicitó una moneda al intruso que allí estuvo, no dejaba de pensar qué significado podía tener una moneda en un hecho tan bochornoso e indeseable como ese.
Ahí pude observar que, efectivamente, el alto nivel de inteligencia emocional que posee una persona hace que, en un momento de crisis, pueda pensar cosas que, aunque se entiendan vengativas, serían, más bien, aleccionadoras.
Y es que precisamente eso supone el control de las emociones. Las personas llegan a un alto grado de autoconfianza que las acomoda lo suficiente como para mejorar las relaciones personales, la empatía, la comunicación y reducir los niveles de ansiedad.
Por consiguiente, pensar de manera sosegada, en una situación exasperante, es tan probable como el éxito de nuestras pretensiones si hemos de mantener el autocontrol.
Un desenlace desgarrador
Al cabo del tiempo, la pareja retornó a una aparente normalidad en su hogar. Se detenían cuando el marido sacaba la moneda y con suma ironía jugaba con ella. En ese mismo instante, toda tranquilidad o alegría de la mujer terminaba en llanto.
Así pasaron semanas, meses y años. Todo transcurría con simulada naturalidad. El juego de la moneda aparecía en los momentos de mayor excitación y felicidad, incrementándose las veces en el tiempo, como la tristeza y los llantos que ya eran costumbre.
Así se desenvolvía la relación, entre la simulación, la tensión, la frialdad y las excitaciones momentáneas que jamás culminaron en placer, sino en una profunda pena.
Ocurrió lo inimaginable. La mujer había muerto. La amargura de haber fallado al acendrado amor que le profesaba su marido, la había matado de un infarto fulminante.
Sin embargo, a pesar de la inteligencia emocional que mantuvo firme al marido por un tiempo considerable, no había sido más que la fachada de una pena inconmensurable, que albergaba recónditamente en su interior por haber sido traicionado por el amor de su vida.
Por eso sostenemos que, muchas veces, llegar al extremo del autocontrol y del dominio de las emociones, puede suponer peligros mayores que no tienen otro fin que la tragedia.
Aquel hombre con dominio de sí y con una autoconfianza que deslumbraba, vio morir de la pena a su mujer. Su venganza había sido: pagar con su vida haberlo traicionado.
Días después de enterrar a su esposa, una bala le entraba por la sien izquierda y le salía por el otro extremo, cegando su propia vida y poniéndole fin al martirio que le significó tener esa moneda en sus manos y jamás a su mujer.
Luego se supo, que había insistido en dejar claro que, la moneda no simbolizaba el uso que el intruso hizo de su mujer, sino, más bien, por la desfachatez de hacerlo en su propia cama.
Bien lo dijo Oscar Wilde de que, lo único que los fieles conocen del amor son sus tragedias.